La tristeza me invadió esta mañana, pero no como una tristeza de esas que te hacen llorar. Fue una tristeza de decepción, como cuando creías tener tu mano agarrando otra mano y los dedos se escurren, lentamente, hasta dejar de sentir las yemas de los dedos. La decepción te hace caer de repente y la toma a tierra es tan brutal que te quedas completamente descolocada. Los ojos se abren de golpe y la realidad pesa y se aligera al mismo tiempo. La verdad es a veces tan dura… pero, sin embargo, tan necesaria… Podríamos vivir sin saber esas verdades… ¿no crees?, pero siempre llegan y cuanto antes mejor. Engañarse a uno mismo es peor que sentir un raquetazo en la cara en el momento justo. ¿Y cuántos raquetazos tenemos que llevarnos para aprender? Aún no lo sé, esa lección se me resiste, como una asignatura pendiente que creo que no quiero aprobar. Porque esos momentos son los que hacen que de rienda suelta a estas manos que corren por el teclado como si tocara un piano desgastado, estas manos que se liberan de otras manos y que se agarran a las palabras como a un salvavidas. Hoy parece que sentir no está a la moda y yo parezco ser adicta a estar fuera de ella, porque aún echo de menos tus madrugadas y esas noches sin dormir… “de haberlo sabido… no hubiera dado todo en un principio…”, pero no sé hacerlo de otro modo. Sin remedio, seguiré compartiendo mi mundo con tu mundo y otros mundos infinitos, porque esa infinitud es la que me da la vida y esa infinitud es el único lugar donde, torpemente, he aprendido a ser feliz.
by © Clara Creig
Foto arriba: «Tonos. La naturaleza, matriz luminosa de toda creación.» | Fundación Telefónica